Tragedia
A orillas del rio Cefiso los Atenienses recorren en pausada parsimonia las calles de piedra desgastada, Ictino miraba correr el agua mientras pensaba en incomodo silencio (como siempre) que aquella fuente Salomónica corre, como corre su vida. En el fondo los barcos en ruinas saben a tristeza, las estatuas de piedra mellada por siglos de flujo incesante habían perdido ya sus rostros. El rio no para, corre en su fuerza natural encadenada al anima del amor muerto, a donde lleva, no lo quiere saber. Tiene tanto miedo a los dioses como a su destino.
¡Algo ha tronado!.
Estremecido se levanta, su cotidiana rutina ha sido perturbada por los cielos. Ningún cielo ha sido tan claro como hoy. Al instante entiende en el aire una señal divina, -quien podría salvarme de esta profundidad sino los dioses a los que he dedicado el trabajo de mi vida-
Animado por la revelación comienza el ascenso, la Acrópolis se ve cerca encumbrada en el punto más alto de la ciudad, pero no lo está, los dioses nunca están cerca, divagan entre las nubes tan aburridos como siempre.
Ya era medio día, -Este conjunto de templos siempre me maravillo, sabe, y no es porque lo haya construido yo, es que usted no se imagina como se siente el reflejo de la luna nocturna sobre el mármol brillante, y al atardecer, y al medio día y a todas horas. Esto es lo mas hermoso del planeta, cuando asciendo entre cuidadas perspectivas el templo me dirige al cielo, esa maravillosa escala me enaltece el brío, el templo invita a entrar y a luchar por él. Cada que subo me llevo un poco de gracia. Mire usted la silueta de la cariátide contrastada en el atardecer naranja sin que le apriete el corazón. No se puede- .Atravesando las formas de piedra, se dirige al Partenón. Entre columnas como altos arboles tallados recorre por inercia los caminos conocidos. No hay nadie. Nada. Desolados los pasajes y los andenes y las plazas. Entre tanto vacío parece inevitable la tristeza, piensa detenidamente, -Es extraño que no haya nadie en este lugar, ¿no le parece?- .
Poniéndose el sol Ictino empieza el descenso. Siente acercarse la desventura un escalón a la vez mientras prosigue los pasos con cuidado crepuscular. -Estan empezando a salir las estrellas- pronuncia en voz alta mientras mira el cielo opaco, una fuerte presión lo lleva a mirar entre las rocas en medio del camino, fácilmente divisa un viejo libro de hojas y cuero blancos que parecía brillar con el reflejo Selene. Le parece extraña la obviedad del objeto, -En un lugar como este, hace mucho tiempo alguien lo hubiera tomado, a menos que lo dejasen para mí-
Atravesado por el azar se sienta Ictino a pensar con el libro en la mano, -He intentado suponer tantas veces lo que me depara en sueños que se me olvida el mundo real, lo onírico sobrepasa mi mente y estos sueños que tuve de excepciones absurdas, como tropezar la tragedia cruzando una esquina, o encontrar un libro anónimo olvidado en medio del camino, suceden- .Al abrir las paginas buscando entre las palabras sin cuidado contempla su nombre, Ictino. Asombrado por tan vertiginosa coincidencia, centra su atención. Pagina tras página lee desesperadamente, asombrado por la tragedia que le ha deparado ese súbito encuentro. En aquel libro se encontraba escrita su vida, cada sensación vivida de cada segundo, las imágenes, los olores, cada memoria ya perdida, la cara de los rostros olvidados, la forma de los castillos destruidos por él, la muerte ajena, la sangre, la guerra y el frio. Más allá de cualquier pavor lo carcomía la ansiedad suprema de leer el presente, -Tal vez alguien me ha seguido toda mi vida, tal vez ha recuperado cada sensación de mi cuerpo en letras y la ha guardado para mí, tal vez la ultima palabra escrita describa mi descenso por el estilóbato del templo y nada más- Saltándose la mayoría de lo escrito llega a las ultimas páginas, cada vez con mas confianza, convencido del hecho inapelable de que aquel libro terminaría describiéndolo bajar en medio del camino. Llega al momento presente, pero las palabras siguen y apenas resta una página <… Ictino cae en Cefiso.> concluye el texto.
Como si temblara el mundo entero y la Acrópolis se derrumbará sobre él, siente el presagio de su fin como una condena al destierro, -Los dioses han castigado mi deliberadamente buscada desdicha con la muerte, se ha escrito mi destino, se ha escrito que leería mi destino, y aun así moriré- . Lo real es que ningún hombre puede aceptar que la vida está fuera de sus manos, la única elección posible es la rebelión. Sabiendo esto partió en dirección contraria al rio. -No hay forma alguna- pensaba, -que pueda ahogarme en el Cefiso esta noche- . Ictino apuraba el paso cada vez con mas confianza en su propia elección, atravesó valles y montañas en dirección contraria a Atenas, pretendiendo demostrar que cada hombre es dueño de su fin.
–…Ictino cae en Cefiso, repite en voz alta y arroja el libro al vacío.
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