Batallas internas

De nuevo estoy aquí, en una caverna caliza que deja escurrir agua fría a través de sus paredes, bañando el recinto en una luz pálida y etérea. En días anteriores, cuando vengo aquí, la luz es cálida o refrescante. A veces el recinto es un campo extenso con hierba que crece cubriéndolo todo. A veces es un páramo frío del que brotan miles de tulipanes. A veces la noche cubre un inmenso océano fluorescente. A veces hay un bosque inmenso, con pinos, robles y saucos. ¿Por qué si la mayoría de las veces el recinto es una pintura surrealista, hoy luce como una caverna tenebrosa?

Cuando ella está y toma el control, mi recinto se ensombrece. Ella está envuelta en un aura perturbada. Viste una armadura negra lustrosa de un metal color ónix, jaspeado con virutas blancas que recuerdan al cielo estrellado. Sus ojos están cubiertos por un yelmo que está decorado con una pluma color belladona. Solo puedo ver sus labios violáceos y algunos tirabuzones dorados que se dejan caer voluminosos y brillantes. En su mano derecha porta una alabarda y su postura me resulta intimidante.

El suelo está machado con sangre divina, es un mar negruzco-carmesí. Hoy no es como en otras ocasiones, hoy casi todos han caído. Yo por mi parte estoy empezando a temblar. Involuntariamente mis ojos llueven, siento el hormigueo en mis manos y mis piernas no pueden soportar mi peso. Mi corazón galopa a toda marcha. Frente a ella el paisaje no es nada alentador.

Mi valía, que es un caballero de brillante armadura con enormes plumas amarillas que ascienden desde su yelmo cerrado, armado con un escudo rojo escarlata y una espada corta dentada, está sangrando en el costado derecho. Puedo ver como se retuerce intentando, inútilmente, detener la hemorragia con sus manos. Fue una estocada de nerviosismo, esas que te paralizan de inmediato. Él y yo titiritamos de frío, castañeamos del miedo a la muerte o a la soledad.

Mi autoestima es una dama de porcelana blanca vestida de colores pastel, sonrosada y litografiada con hermosas palabras; lleva un sombrerillo bohemio y un listón amarillo que envuelve su torso, una bufanda verde y una parasol dorado. Ahora está resquebrajada por todo su cuerpo. Las palabras a veces son como flechas filosas, y ella es una dama de tamaño titánico, pero las flechas bien acertadas pueden derribar edificios enteros.

Mi amor propio y mi alegría son dos espíritus del bosques. Están vestidos con ropas de celofán; el primero lleva por cabeza un enorme cayeno rojo repleto de estambres; la segunda tiene un hermoso cayeno amarillo con un largo pistilo. Lo dieron todo en el campo, pero recordar lo que me hace feliz, todo lo que tengo y todo lo que he conseguido a veces no es suficiente. Estaban armados con lanzas y rehiletes, y ahora solo son dos guerreros hechos ovillos.

Mi simpatía es un apuesto caballero vestido de blanco, de cabello castaño y ojos verde-azulados como los del gato sonriente de Alicia. Está embebido en alquitrán asfixiante, intentando salir a toda costa, y se hunde conforme se resiste a quedarse. A veces intentas respirar profundamente y detenerte, porque “después de la tormenta siempre viene la calma”, pero a veces respirar lento solo hace que las paredes se cierren, hasta arrinconarte.

Mi confianza es un artista alto y delgado, cubierto de plumas doradas y con un pico enorme. Siempre se posa en mi hombro, susurrándome que puedo hacerlo todo. Hoy me pide disculpas a lo lejos, aunque no pueda escucharlo. Está encerrado en una jaula  oxidada, y se ha hecho tan pequeño que podría cubrirlo con mis manos. Me aborda la inseguridad y la incertidumbre. ¿Es miedo a lo que me depara el mañana?

Mi tranquilidad es la última en pie dentro de la cueva. Es una guerrera de cabello cobrizo, que porta una armadura azul y verde vitralícea. Hace algunos años era una dama hermosa con ojos infundidos de vida y labios color cerezo. Pero ella, la invasora de mi recinto, la ha debilitado. Mi tranquilidad está cansada, somnolienta, ojerosa, agitada y desconcentrada. Ella no quiere desfallecer, mantiene su espada en guardia, pero sus caballos, alfiles y torres han caído, y una reina solitaria que se enfrenta a este enemigo siempre tendrá menos probabilidades de ganar un encuentro.

Esto es lo que la ansiedad puede hacer. Ella es una invasora, capaz de secuestrar un templo mental completo, derribar sus defensas y masacrar a sus habitantes. Sí, yo he respirado profundo y he intentado calmarme. Sí, yo he bebido agua y he intentado dormir. Sí, yo he puesto música alegre de fondo. Sí, yo he leído libros de autosuperación. Pero ella no es un drama, ella no son ganas de atención, ella no es un capricho. Ella puede hundirte en las sombras, y los resultados de perder estas batallas internas pueden ser desastrosos.

Por Anthony Steven Arango Amorocho