Todas las arquitectas se llaman Mariana

“La eternidad no es más que un truco para continuar”. Silvio Rodríguez.

La quinta vez que me enamoré tenía menos de veinte años, ha sido la más breve y efímera de todas y quizá por eso la que más me cuesta olvidar, fue de una estudiante de arquitectura, se llamaba Mariana, tenía el cabello del color del primer atardecer y ojos melancólicos, besos que convertían en ángeles amorfos nuestros labios y recientes cadáveres de lágrimas en las mejillas cada vez que mi tacto colmaba los pómulos de su alargado rostro. Los miércoles eran nuestro día, llevábamos hablando alrededor de catorce meses y nuestros contactos no trascendían la esfera virtual, llamadas a altas horas de la noche que se extendía hasta la madrugada en donde confundíamos los placeres intelectuales con las añoranzas de nuestras pieles. Amaba a Gaudí y admiraba a Salmona, pero me pareció un colmo que una semidiosa del espacio y las dimensiones no supiera tomarse fotos dignas de su belleza, cuando nos vimos por vez primera comprendí la gracia de las dimensiones y me resultó más fácil amarla en un espacio tridimensional que en los planos de sus fotos, quizá fue una fortuna que coincidiéramos en este tipo de antropomorfismo.

En una de nuestras tantas conversaciones de seres noctámbulos, luego de discutir la arquitectura del átomo y los espectros cuánticos de nuestros corazones, concluimos que era muy probable que no existiéramos simultáneamente, espacio temporalmente hablando, quizá yo era una extremidad de sus deseos idílicos y ella un apéndice de la folie de mis sueños, a pesar de eso esa noche nos tocamos unipersonalmente pensando en la posibilidad de estar con el otro, su desnudez pictórica era provocadora y tales esquemas futuristas me embriagaban de una fiebre progresista de deconstrucción, tantas veces que habíamos hablado de arte que no era arte, de arquitectura que no era arquitectura, y en ese momento estábamos teniendo sexo que no era sexo.

Con la literatura nos costó un poco más, solo arribamos a formas no literaria, manuales, instrucciones, pero olvidamos considerar los silencios o la poesía numérica, sin embargo, todo esto sucedió después de nuestro primer beso de aquel inédito enero pandémico.

Pensé en redactar un manual de cómo amar a una arquitecta, pero ahora solo tengo deseos de olvidarla, porque cada vez que pienso en geometría, en isomorfismos entre grupos, en transformaciones lineales, viene a mi mente la imagen de su afilado rostro, de sus orejas puntiagudas con las perforaciones que atravesaban el cartílago de su pabellón auricular en forma de secante, en su nariz de Picasso, en los vítreos oculares gigantes, en sus pómulos prominentes que estiraban su delgada piel; la última vez que la vi intenté hablarle de las geometrías con las que trabajamos los matemáticos cuando ella me enseñó el techo flotante de una catedral atípica, la gracia con la que la curvatura de la cubierta blanca me recordaba la gravedad la asocié con la negación del postulado de las paralelas de Euclides, y pensé en el plausible evangelio hiperbólico que se pregonaba en la estructura; ella me miró y me dijo que no sabía qué decirme, luego lloró como solía hacerlo los miércoles, eran nuestro día; se lamentaba de su más reciente ex amor, un hombre que la había invocado para hacer los planos de la casa en la que viviría con su esposa, justo cuando terminaba de explicarle que el postulado al que me había referido era aquel que decía que dos rectas paralelas jamás se cruzarían en la extensión presumiblemente infinita del espacio, una notificación de su celular anunciaba, cual heraldo de fatalidades, un mensaje de él; instantáneamente la consolé cuando se lanzó a mi hombro a llorar, apenas se detuvo su llanto me miró fijamente y después, como un ave de rapiña, descendió hasta mis labios, pero ante aquel intentó de negación geométrica un nuevo bip interrumpió el nacimiento de un ángel aquella noche.

No puedo olvidarte, por favor regresa; yo tuve que despertar una noche más sin ella, pero pensándola, porque todas las noches eran de Mercurio, aunque los días no fuesen miércoles. Mariana quería ser una catedral y yo solo puedo hacerla un relato, o en palabras de Silvio: Mariana quería ser canción y yo era un sordo escritor que la hizo un haiku con sus poluciones nocturnas.

                    Mariana isomorfa polimonios.

          Grado tercero, ojos de Euclides.

La eternidad un beso.

Por Carlos Manuel Orrego Franco 


 

Comentarios

  1. Me ha encantado :), espero que si existe Mariana llegue a leerlo.

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  2. A Mariana le dió miedo de enamorarse de Carlos Gardel
    Muy buen cuento, me recuerda mucho a la canción “TÉ PARA TRES” de Soda Stereo

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  3. Una verdadera obre maestra, gracias por permitirme leerlo

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  4. Excelente escrito, espero muchos más :3

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  5. A las matemáticas siempre les ha resultado imposible las ecuaciones del amor, ojalá en alguna dimensión Carlos encuentre el amor

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  6. Tres pasiones juntas; la literatura, el amor y las matemáticas. Maravilloso!

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  7. Me gustó mucho muy buen escrito!! Transmite todo lo plasmado en el texto de una bonita manera

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  8. Gracias por haber convertido en arte mi desgracia, te amo

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  9. Vas a ganar, mis mejores energías!

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  10. Y hoy lo vuelvo a leer y me vuelve a fascinar.

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  11. Por favor publica tu libro pronto, necesito leer más cosas de ti.

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  12. Me encanta tu estilo, estoy muy orgullosa de tí

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  13. Quedé encantada. Excelente cuento! :3

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